En enero de 2015 el gobierno paraguayo decretó el estado de emergencia en Concepción, San Pedro y Canindeyú. La medida venía justificada por el abandono al que habían sido sometidos estos departamentos por parte del Estado durante los últimos 60 años. Su resistencia a la dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989) fue, efectivamente, premiada con la ausencia de inversiones e infraestructuras. Pero lo que lastra su desarrollo, además de carencias básicas como el acceso al agua, es una complicada mezcla de factores. Son regiones en las que el movimiento campesino sigue gozando de gran fuerza pero donde las acciones del Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP) parecieran diseñadas para criminalizar las luchas por la tierra y justificar la militarización de zonas donde se juegan los intereses del narcotráfico y del agronegocio.
Y
significa agua en guaraní.
Paraguay es un país de
contrastes. Por ejemplo, la disponibilidad media de agua por habitante es de
las más altas del mundo –está atravesado por el caudaloso río que le da nombre
y la mitad de su territorio se asienta sobre el acuífero ‘Guaraní’, la
mayor reserva de agua dulce del planeta y cuya principal área de descarga y
recarga natural está ubicada en el corredor que ocupa la ‘triple frontera’
entre Paraguay, Brasil y Argentina- pero tiene los peores índices de
abastecimiento de agua de toda Sudamérica. El panorama del agua puede verse
como una expresión concreta de la ingobernabilidad política de este país. Con
el decreto de emergencia de enero pasado, el presidente de la República
solicita un informe sobre el acceso al agua en los tres departamentos y, a
continuación, entra en ‘shock’: el número de organismos involucrados (y
descoordinados) en su gestión es tal que resulta imposible cuadrar datos.
Yvy
significa suelo, tierra. El Yvy
Marãe’y es el mito guaraní de la ‘tierra sin mal’.
En 2000, en el contexto de ‘las guerras del agua’
que cruzaban de sur a norte el continente, Paraguay no se libró de las
presiones del FMI y del Banco Mundial que condicionaban sus créditos a la
privatización de servicios públicos. Se promulga entonces la que se conoce como
‘ley ERSSAN’ (Ente Regulador de Servicios Sanitarios) que, en un intento de
reordenar el sector del agua para hacerlo
más eficiente, trajo la amenaza de la privatización de la prestación del
servicio e ignoró en su marco regulatorio a las Juntas de Saneamiento. Dos años
después, se sanciona la ley de recursos hídricos (aún hoy sin reglamento que la
desarrolle) que reconocía la potestad del Estado para establecer como dominio
privado un bien de dominio público, o sea, no se hablaba ya de la privatización
del servicio sino de la titularidad misma del agua.
Yvyra es madera y
también designa en guaraní al tronco de los árboles.
En Paraguay solo el 67% de la
población tiene acceso a agua potable, un 55% en red –dándose aún enormes
diferencias entre áreas urbanas y rurales-, y casi el 90% de la población
carece de sistema de saneamiento. Más de la mitad de la población que dispone
de agua corriente en sus hogares lo hace gracias a las Organizaciones Comunitarias de Servicio de Agua (OCSAS),
de ahí la importancia en sus áreas de competencia, zonas rurales y municipios
menores a 10.000 habitantes. Entre estas organizaciones están las Juntas de Saneamiento,
promovidas por el Servicio Nacional de Saneamiento Ambiental (SENASA); y las
conocidas como Comisiones de Agua, creadas por otras instancias gubernamentales
(Gobernaciones, Municipalidades, Itaipú…). Puede parecer romántico todo lo que suene
a ‘comunitario’ pero estas organizaciones son la necesidad –el aislamiento
histórico de gran parte del interior del país y la ausencia de un Estado fuerte
capaz de cubrir unas mínimas condiciones de vida- convertida en virtud. En la
práctica, se trata de un sector atomizado con graves problemas de solvencia
económica: las diferentes instituciones que promueven su creación ejecutan la
obra pero no invierten en el mantenimiento de la infraestructura, a lo que se
suma una altísima tasa de morosidad, dado el arraigo de la cultura guaraní al
agua y a la idea de su abundancia, y presumiendo el libre acceso a ella.
Yvyra
mata es la forma en que se denomina genéricamente árbol y también bosque en guaraní.
En 2002, en Paraguay se dio una movilización
singular, de carácter nacional -y no local, como ocurrió en Bolivia o Perú- y
multisectorial, logrando que la suma de organizaciones sociales y políticas,
cristalizada en el llamado Congreso Democrático del Pueblo, echara para atrás
la Ley
de Privatización de Empresas Públicas. La ‘ley ERSSAN’ también sufrió
cambios de calado: se contuvo la privatización del servicio estatal de agua,
que pasó a ser una empresa pública, y se reconoció a las Juntas de Saneamiento
como entes subsidiarios en la prestación del servicio. El intento de imitar
aquellas movilizaciones una década después no sirvió, sin embargo, para frenar
la aprobación de la conocida como Alianza
Público Privada, una de las primeras medidas de Horacio Cartes tras ganar
las elecciones generales en abril de 2013.
Ysyry
significa ‘agua que corre’ y sirve para referirse a ríos y arroyos.
La verdad es que cuesta imaginar
el interés de un ente financiero internacional en organizaciones comunitarias con
escasa capacidad de gestión y sin apenas recursos. Pero al poco tiempo, el Banco
Mundial viene a decirle, sottovoce, a
Paraguay que ponga orden en juntas y comisiones de agua si quiere recibir plata.
Ahora mismo, en la gestión comunitaria del agua están presentes acá todos los ‘lobos
con piel de cordero’, desde AVINA,
pasando por la Coca-Cola y la USAID. Su toma de tierra local son las
organizaciones no gubernamentales. Y así, no es de extrañar que un líder
comunitario, fogueado en las luchas de la década pasada, lance en una reunión la
duda de si no estarán siendo aquellas los involuntarios pyragües –chismoso, pero aún más peyorativo al referirse con este término a los delatores en
la dictadura- de las corporaciones privadas. Hay un dicho guaraní que dice ñande ndaikatúi jake jararándie petei tupápe
(imposible compartir la cama con una serpiente venenosa).
Una amiga que trabaja con la comunidad Pãi Tavyterã me cuenta que ysyry tiene otra acepción para este
pueblo. Es difícil hacer una traducción de una cosmovisión a otra porque lo que
definimos probablemente tampoco corresponda a los mismos conceptos. Pero asociando
el agua a lo que da vida, se podría traducir como ‘la vida que fluye’ y sirve
para designar algo parecido a lo que en nuestra cultura llamaríamos ‘feminidad’,
en un sentido fuerte de genealogía y sabiduría ancestrales.
*Gracias a Ethel Rojas por
mostrarme cómo en guaraní se construyen a partir de la raíz y (agua), de manera casi secuencial, las palabras que designan todo
aquello que nace de ella.