viernes, 25 de noviembre de 2016

Una historia del interior



Estos días he tenido que revisar mucha documentación en el trabajo. Supongo que esa parte ingrata es la que hace que –mientras escaneas y cotejas informes sobre el apoyo y seguimiento de asambleas de organizaciones comunitarias de agua- la mente divague y la vista se pierda siguiendo la caligrafía de las personas que los han escrito. A veces, hasta sientes el esfuerzo de quienes, sin apenas formación, han entregado su tiempo para garabatear unas letras que no dan cuenta, sin embargo, de una labor social impagable. Otras, te sorprende el esmero de unas líneas marcadas a lapicero para que los renglones no se tuerzan. Y casi te enternece ver separatas con hojas cuadriculadas de tamaño cuartilla, arrancadas de algún viejo cuaderno, y unas grandes letras rotuladas que marcan la categoría del documento: actas, estatutos, rendición de cuentas… En varios informes he visto su nombre y me he acordado de su historia.


R. es delgada; viste de forma sencilla y cómoda, como todo el mundo en el interior, pero nunca le falta algún detalle coqueto, un pañuelo de colores anudado a la cabeza para sujetar la larga melena o un par de tacos altos que estilizan su figura; se sienta con discreción y habla un dulce guaraní. Su apariencia envuelve esa suerte de fragilidad llena de determinación. Tiene cuatro hijos de un gañán que la aporreaba. Vino a uno de los talleres para ser promotora social: nuestra forma de trabajar es capacitar a gente del territorio sobre los diferentes aspectos del proyecto y que estas mismas personas, a su vez, formen –con la réplica de talleres cuyos contenidos consensúan, construyen y adaptan colectivamente- al resto de miembros de sus comunidades.

M. lleva el pelo corto, es fortachona, siempre viste pantalón y camisetas amplias; se sienta con las piernas abiertas y habla y gesticula con vehemencia; reconoce sin complejos que mea de pie. Y qué se puede esperar, si ella misma se siente un hombre atrapado en un cuerpo de mujer, que sublimar un aspecto y unas maneras ‘muy masculinas’. En el interior dicen que es hermafrodita. Por ser mujer, o por no serlo lo suficiente, o por ser mujer a su pesar, luchar contra ello y reafirmarse en otra identidad que quizá nadie sepa nombrar, un día la violaron. Por eso M. tiene un hijo. M. vino a uno de los talleres de electricidad.


R. y M. viven en la misma colonia. Probablemente se conocían de tiempo atrás pero intimaron trabajando juntas en el comité de mujeres. Un día R. dejó su casa y se fue a vivir con M. Lo que R. sentía con M. nunca lo había experimentado con su marido, me contó la compañera con la que un día R. se confió. Durante un tiempo no me pude sacar de la cabeza el valor que hace falta reunir para que dos mujeres –cada una a su manera y por caminos distintos- hayan emprendido un viaje así. En la zona todo el mundo conoce su historia. R. tenía que visitar con su moto a las comisiones directivas de juntas y comisiones de agua y verificar que estaban haciendo las cosas bien. "Una mujer, esa mujer, nos va a venir a cuestionar", debieron de pensar algunos líderes comunitarios. Imaginaos esta situación en una ciudad, luego llevadla al campo, y cuando lo hayáis hecho tratad de visualizar un entorno rural aislado en un país a una distancia abismal de cualquier idea de igualdad que tengáis.


Veo el nombre de R. en algunos informes, una cifra menor de la esperada, no se lo debieron de poner fácil para hacer su labor. Y mientras sigo archivando documentos me acuerdo de ellas. Me cuentan que ya no viven juntas. Tal vez R. llevaba muchos años aprendiendo sumisión. Acaso M. no supo cómo afirmarse (y defenderse) sin copiar los modos violentos de esa esfera varonil campesina en la que creció. Quizá R. se debió de preguntar un día cuál era la diferencia entre que la aporrease un hombre y que quien lo hiciese fuera una mujer. 


4 comentarios:

  1. Ni imaginas, Esther, lo que habia esperado este trocito de Paraguay en la pantalla de mi ordenador.
    Bienvenidísima.

    Besos,
    Santiago

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    1. Ainnnsss, muchas gracias, Santi. No te imaginas la ilusión que me hace.
      Muchos besos de vuelta!!!

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  2. Ester...si en el mundo hubiera mas persona como tu....tu respeto por es pueblo campesino paraguayo me impresiona y emocion....y eres tan...ya en contrare el termino...en fin...sos unica...pero confio, que las mujeres y si hubiera varones, luego de estar en una sola reunion contigo, sus vidas , ya no serian las mismas,...no se estoy impactada!!!!...esperanza.....!!otro mundo es posible!!!

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    1. Muchas gracias, Cristina, por tus palabras pero creo que exageras un poco, ¿será fruto de la emoción del reencuentro de anoche? Jajaja, espero que no pase tanto para que volvamos a vernos. Abrazo inmenso!!!

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